Procrastinación

Qué es procrastinar: definición operativa

Lo más importante que hay que entender sobre la procrastinación es que es, básicamente, una conducta de evitación. Cuando nos vemos expuestos a una situación que nos genera emociones desagradables, o que no sabemos cómo afrontar, la respuesta más probable es la evitación. Si me dan miedo los perros, evito encontrarme con ellos para no ponerme de los nervios. La procrastinación es esencialmente ese proceso, con dos características diferenciales:

  1. Lo que evitamos es una tarea.
  2. Nos decimos que la abordaremos en otro momento. Es decir, se pospone indefinidamente.

La naturaleza emocional de la procrastinación no suele estar clara. Solemos atribuir esta conducta a una falta de motivación o un defecto de carácter. Pero decir que procrastino porque me falta fuerza de voluntad no explica nada. Es como decir que llueve porque caen gotas, no sirve para nada. Si entendemos que al procrastinar evitamos una tarea aversiva, podemos empezar a preguntarnos qué evitamos exactamente y por qué. Con qué nos confronta el informe que lleva pendiente semanas, el whatsapp al que no respondemos, o el entrenamiento que siempre dejamos para el lunes siguiente. Puede sonar autocomplaciente, puede darte ganas de dejarte de chorradas y tirar de disciplina, pero hasta que no entiendas tu propia conducta vas a fracasar en tus intentos de cambio.

Nuestra primera tarea al intervenir este problema de conducta es identificar los bloqueos. Este es un término muy genérico (no-técnico) que utilizo en terapia para referirme a lo que estamos evitando cuando procrastinamos. Es decir, con qué asociamos una tarea para que nos dé mal rollo. Ese es el bloqueo que toca resolver y, para ello, primero hay que identificarlo.

Bloqueos de naturaleza emocional

Imagínate que te piden un vídeo para una felicitar a alguien en una boda y que pasan los días sin ponerte delante de la cámara. Cuando se acerque la fecha seguramente empieces a meterte presión: pero qué te cuesta, haz cualquier chorrada y fuera, es que siempre igual, así te va en la vida… Y de ahí al infinito. Esas evitaciones son consecuencias de bloqueos sin resolver, por ejemplo que grabarte en vídeo te genere vergüenza. Aunque te parezca una chorrada, o por mucho que «todos los demás lo hagan sin problema«, la vergüenza está ahí por algo. Ese es el bloqueo que te toca gestionar, y no lo vas a resolver enterrando esa emoción en un aluvión de broncas ni invocando fuerza de voluntad frente al espejo.

Otro ejemplo frecuente de bloqueo emocional es el de las tareas con las que nos comprometemos por no saber negarnos. Enfrentar estos compromisos no solo nos expone al tedio de la actividad, también nos pone frente a nuestra incapacidad para marcar límites. A menudo, la evitación de la tarea es el último recurso de alguien complaciente. Una forma de negarse indirecta e in extremis.

Cuando procrastinamos no nos damos cuenta del batiburrillo emocional que implica una tarea, por eso es tan difícil resolverlo. Nos esforzamos en generar disciplina en lugar de en eliminar los bloqueos que obstaculizan la acción. Lo bueno es que orientar el análisis a la identificación de la respuesta emocional es muy efectivo desde el primer minuto por dos motivos: reduce la tensión de echarte broncas inefectivas y localiza las causas reales del problema.

Bloqueos en la toma de decisiones

Otras veces las tareas que procrastinamos son aquellas que no terminamos de ver claras o que no sabemos cómo acometer. Las tareas complejas se pueden abordar de mil maneras diferentes y eso genera confusión e incertidumbre. Si no identificamos las inseguridades que nos provoca una tarea, difícilmente la podremos resolver con eficacia. Y hasta que no las solucionamos, esas dudas boicotean la ejecución de la tarea.

Imagínate que te piden el CV para un puesto super molón que es prácticamente tuyo. En principio es buena noticia. ¿Por qué entonces alguien podría estar procrastinando el envío del documento? Lo más probable es que haya muchísimas decisiones implícitas que bloquean la acción:

  • ¿Quiero realmente cambiar de trabajo, o me estoy dejando arrastrar porque en teoría es una oportunidad estupenda?
  • ¿Envío el que tengo hecho o lo tengo que actualizar? ¿Si lo actualizo, qué quiero destacar de mi perfil profesional? ¿¿Cuál es mi perfil profesional?? ¿¿¿Qué c*j**s es un perfil profesional???
  • ¿Qué cambios implica? ¿Tendré que mudarme? ¿Seguiré viendo a los de mi trabajo actual?
  • ¿Me siento capaz de hacerlo bien en este otro trabajo?
  • ¿Me apetece este cambio tan grande en este momento de mi vida?

Si las indecisiones no se identifican y resuelven, la procrastinación es más que probable. Las tripas son más listas que el cerebro y tienen mucho más peso en las decisiones de lo que creemos. Si algo cuadra racionalmente, pero genera dudas o rechazo toca poner el foco sobre la sensación para sacar lo que nos mueve de verdad.

No hay una fórmula general para identificar y resolver cada bloqueo. Eso requiere un análisis individual. Lo que sí es universal es la necesidad de entender la propia conducta antes de pretender modificarla. En el caso de la procrastinación eso implica entender que no es una muestra de vagancia sino la evitación de un bloqueo que no está resuelto. Y que cuanto mejor lo identifiques más herramientas tendrás para solucionarlo.

 

Por qué estamos todxs fatal de la procrastinación.

No es casualidad que en el contexto actual, la procrastinación sea un problema tan generalizado. A todxs nos afecta este problema de conducta, lo que indica la existencia de variables contextuales que nos predisponen a hacernos un lío con el cumplimiento de tareas.

Productividad: la religión del siglo 21. Todos los temas que tienen que ver con la productividad y el trabajo están muy condicionados por conceptos moralistas como la fuerza de voluntad o el sacrificio. Por eso, cuando no somos productivos, las teclas que pulsamos son también moralistas: echarnos la bronca, castigarnos, instigar optimismo o hacer propósito de enmienda (mañana sí que sí me levanto a las cinco de la mañana y corro una maratón antes del desayuno).

Cuando ninguna de estas mierdas funciona, llegamos a la conclusión de que somos un desastre. En lugar de pensar que los desastroso son estos intentos de solución. Los problemas de conducta relacionados con la productividad nos confrontan con sensaciones de incapacidad, con mensajes de vagancia y con rollos de este tipo. Esto no solo añade intensidad al malestar, sino que nos resta capacidad operativa porque no hay nada en ese discurso que nos ayude a cambiar de verdad nuestra conducta.

Cambios en el mercado laboral. Los cambios que vienen produciéndose en el mercado laboral desde hace más de una década han alterado muchísimo las habilidades y competencias profesionales que se necesitan para adaptarse con eficacia al trabajo. Estos cambios tienen que ver con la precarización, el trabajo autónomo y con la necesidad de desempeñar varias funciones de forma simultánea. Estas variables generan la necesidad de una habilidad cada vez más importante: gestionar el propio flujo de trabajo. Y esto es muy complicado, sobre todo porque hasta hace muy poco no existía formación ni entrenamiento específico.

Si solo tengo que hacer una cosa y, además, me dicen qué cosa es y cómo hacerla, mi única tarea es hacerla de la mejor manera posible. En ese contexto no hay que tomar decisiones para organizarse, hay que seguir el plan que otras personas marcan. Y las probabilidades de bloqueo y procrastinación son menores. Ese contexto profesional es cada vez más escaso, ahora la autonomía, la adaptación a un entorno cambiante y la multitarea son la norma. Eso se traduce en que cada unx debemos organizar nuestra propia estructura y flujo de trabajo sin saber ni por dónde empezar. Ahí lo normal es acabar gripando, lo que en el día a día se traduce en una procrastinación galopante.