Decisiones

Pocas habilidades tienen tanto impacto en el bienestar emocional como tomar decisiones. Esta capacidad es la base del criterio propio porque aprendemos a identificar lo que necesitamos en el ejercicio de nuestras decisiones. Además, decidir nos coloca en un papel activo frente al mundo y nuestros problemas. Esos dos elementos, criterio propio y control, son la base de la autoestima y la seguridad en unx mismx.

En cambio, la vida puede ser un caos para quienes tienen problemas para decidir. Los problemas se acumulan en lugar de resolverse, se desarrolla un miedo atroz a quedarse sin opciones y eso obliga a tener todos los frentes abiertos, a quedar bien con todo el mundo y se generan miles de enredos que añaden una presión insostenible al día a día… Esa ansiedad cotidiana fruto de no resolver los problemas ni siquiera es la peor parte. Lo peor es la sensación de falta de control y de inseguridad que se genera a largo plazo.

Gran parte de la ansiedad cotidiana tiene su origen en esta falta de toma de decisiones. Y tiene sentido. La vida está llena de problemas que requieren ser resueltos, desde elegir algo que ver en la tele tras un día atronador hasta grandes problemas existenciales del tipo qué estoy haciendo con mi vida. La capacidad para analizar y solucionar todos esos problemas se llama decidir. Por eso cualquier interferencia en esta habilidad provoca que la vida se nos haga bolísima.

Qué es decidir: versión típica

En general decidir es un proceso de análisis y solución de problemas. Más allá de eso, aquí pasa lo de siempre en psicología, que este concepto significa una cosa u otra dependiendo de a quién le preguntes.

La definición tradicional de toma de decisiones es muy racionalista. Propone un enfoque orientado a averiguar cuál es la mejor alternativa a nivel objetivo, aquella que genera más ganancias. Se identifica con la típica imagen de un cruce de caminos:

  • Asume que solo hay dos alternativas y que, además, son exclusivas. Que si coges un camino abandonas el otro y viceversa. Esta imagen es muy potente, pero es mentira. En la vida real, las alternativas se pueden mezclar mucho más. No suele ser lo dejo con mi pareja o sigo, por ejemplo. Está la alternativa de intentar cambiar lo que no está funcionando, la de darnos un ultimátum, un tiempo…
  • Asume también que hay un camino bueno y otro malo. Es decir, que hay alternativas mejores o peores objetivamente. Esto tampoco es verdad. Cada alternativa tiene consecuencias, que sean buenas o malas depende de lo que estés necesitando y de los riesgos que estés dispuestx a asumir.
  • Parece que, una vez que te comprometes con una alternativa ya no hay marcha atrás, tiene que ser para siempre. Tampoco esto es así. Puedes empezar un camino y probar otro, o dar marcha atrás. La vida es mucho más dinámica y admite mucho más ensayo y error de lo que creemos.

A las decisiones planteadas así les falta un criterio sobre el que valorar las alternativas. Si no sabes lo que es bueno o malo para ti, el análisis exhaustivo y la recogida de datos solo sirve para generar confusión.

Este planteamiento es muy agobiante, le mete demasiada gravedad a cada decisión. Por eso una decisión enfocada de esta manera lleva a la obsesión y al bloqueo.

Qué es decidir: versión terapia

En terapia yo defino las decisiones en otros términos. Para mí decidir consiste en averiguar la alternativa que mejor satisface lo que necesitas. Aquí no se parte de la base de que hay opciones mejores o peores a nivel objetivo, sino que depende de tu situación y tus necesidades. Lo complicado es que para tener un criterio sobre el que valorar tus alternativas, antes has de identificar qué necesitas. Eso es algo que requiere mucho más autoconocimiento y gestión emocional que racionalidad u objetividad.

Planteado así, el proceso de decidir es algo mucho más activo. No acaba en la elección de una alternativa tras una ardua reflexión, hay que contar con hacer funcionar esa decisión. Una decisión no acaba cuando se elige un camino a seguir, sino cuando se recorre. Ahí es donde hay que apechugar con lo que se ha decidido. Por eso es importante estar convencidx de la decisión tomada, pero no solo con la cabeza, sino también con las tripas.

Algo que ayuda mucho a desarrollar la capacidad de toma de decisiones y criterio propio es enfocar los problemas cotidianos como decisiones a ser tomadas: qué quiero/puedo comer hoy, cómo quiero utilizar este rato libre, si pongo límites a alguien o me ahorro la movida, hacia dónde quiero dirigir mi carrera profesional, si quedo con amigos este finde o voy a comer con mis suegros. Todas estas situaciones son problemas cotidianos que se pueden resolver con habilidades de toma de decisiones. Esto se puede enfocar de dos maneras: como una tarea abrumadora o como un entrenamiento constante de esta capacidad.

Fases en la toma de decisiones:

1. Identificar el problema.

Cuando nos toca decidir la primera pregunta con la que nos enroscamos es “qué hago, qué hago, qué hago” y así es normal atolondrarse. Para identificar la mejor solución a un problema, primero debemos entender bien el problema que queremos resolver. Sin eso estamos perdidxs.

Ya empieza lo difícil: para arreglar un problema hay que entrar en contacto con ese problema, y eso nos pone de los nervios. Eso no suele gustar y la primera reacción suele ser escapar de lo que nos genera ansiedad. El problema es que aquí eso equivale a quedarse sin un plan de acción solvente.

Algunas preguntas que pueden orientar este análisis son:

  • ¿Cuál es el problema que tienes que solucionarte?
  • ¿Por qué es un problema?
  • ¿Qué consecuencias se pueden derivar de ahí?
  • Y una muy importante: ¿para quién es un problema?

Muchas veces percibimos una situación como problemática porque es un problema para otra persona. Mucho cuidado con esto. Por ejemplo, a tu pareja le pueden molestar o preocupar algunos de tus hábitos o relaciones, pero si tú estás ok con eso, entonces el problema no es tuyo, es de tu pareja. Por mucho que se pueda argumentar objetivamente. Muchas veces ocurre al revés: que para ti es un problema algo que se supone que no lo es. Por ejemplo si te molesta una respuesta de alguien, te pueden decir que no le des importancia porque no había mala intención. Si es un problema para ti, el objetivo no es que deje de serlo a base de imposiciones o de quitarle importancia. Es que entiendas por qué es un problema para ti y qué te tienes que resolver.

2. Establecer un objetivo.

Después de identificar el problema, toca establecer una solución válida. Esta solución va a estar directamente relacionada con tu necesidad. Por eso aquí la herramienta de trabajo principal es la gestión emocional.

  • ¿Qué tendría que ocurrir para que lo consideraras solucionado?
  • ¿Cómo sabrías que la decisión te ha salido bien?
  • ¿Cuál es el riesgo que no estás dispuestx a asumir?
  • ¿Cuál sería el escenario ideal? No tanto para pretender que ocurra, como para identificar el valor más importante para ti en esta decisión.

Muchas veces nos planteamos objetivos inalcanzables porque enfocamos la decisión desde fuera. Pretendemos que todo nos salga perfecto y que nuestra decisión nos conduzca a un escenario idílico y a un futuro asegurado. Si esto no ocurre, sentimos que hemos fracasado, que somos algo así como adultos a medias. Esto es consecuencia de un error de enfoque: creemos que hay una alternativa de solución perfecta y que, si no la identificamos, es porque somos idiotas. Eso no es así, si hubiera una alternativa perfecta no habría nada que decidir. Todas las soluciones que llevemos a cabo van a tener puntos fuertes y débiles, como todo. De lo que se trata es de elegir la alternativa cuyas fortalezas y partes chungan encajen mejor contigo.

3. Generar alternativas.

Este es el punto que más se ignora en toma de decisiones, y es un error de principiante. Normalmente somos muy racionales a la hora de manejar los datos de los que disponemos, pero esos datos suelen ser escasos. Aplicado a toma de decisiones significa que somos muy exhaustivos a la hora de valorar nuestras opciones, pero que nos quedamos en las dos únicas alternativas que la vida nos pone delante. A este sesgo se le conoce como racionalidad limitada.

Cuantas más alternativas contemples, más probable es que encuentres una buena. Por eso no te puedes quedar en las dos primeras obviedades que te salen al paso. ¿Sigo en el trabajo o lo dejo? Esas dos no son ni alternativas, son los dos extremos de todo el espectro de soluciones posibles. Muy extrema tiene que ser tu situación para que alguna de esas opciones te sirva.

  • ¿Qué puedo hacer? ¿Cuáles son mis opciones?
  • Si tuviera una varita mágica ¿Qué me gustaría que ocurriera?

Los ejercicios de respuestas hipotéticas e incluso absurdas son muy potentes en este punto del proceso. No porque las vayas a ejecutar sino porque te ponen frente a escenarios que te ayudan a alumbrar nuevos caminos. Imagínate que una de las alternativas que se te ocurre para solucionar una crisis de trabajo es “dejo todo y monto un chiringuito en Barbate”. Seguramente no sea el curso de acción que elijas, pero esa ida de olla informa de tu necesidad de un ritmo más relajado o de montar algo propio en lugar de trabajar para otros. Con eso sí se puede trabajar.

Una buena estrategia es aquella que combina varias alternativas de solución de forma secuenciada. Dejar un trabajo sin más puede ser un buen escape de una situación insostenible, pero no es una buena estrategia. Esta requeriría intentar soluciones progresivas. Primero intento arreglar lo que me jode del trabajo actual, si eso no funciona intento moverme dentro de la misma empresa, si tampoco me dejan empiezo a activar contactos y redes de búsqueda mientras intento llevar mejor el día a día en mi puesto y, si ninguna de estos intentos me soluciona la situación, ya pienso en el plan de huida. Ese sí es un ejemplo hipotético de estrategia de cambio de trabajo.

4. Trazar un plan de acción

Una decisión no acaba cuando llegas a la conclusión de qué te gustaría hacer, sino cuando empiezas a ejecutar un plan de acción. Hasta que empiezas a moverte lo único que tienes es un análisis reflexivo. Sin acción decidir es solo una obsesión.

  • ¿Cuál es el siguiente paso?
  • ¿Qué voy a tener que hacer a corto, a medio y a largo plazo?
  • ¿Cuáles son mis bloqueos en ese proceso?

Por lo general no hace falta tener clara toda la secuencia para empezar a andar. En la mayoría de los casos con saber qué necesitas para solucionar el problema y los primeros pasos que puedes dar, es suficiente. Recuerda que una decisión, como la vida, es un proceso dinámico. Sabes dónde empieza pero no dónde acaba y, en ese camino, vas a tener que reenfocar la decisión un millón de veces. Pretender tener todo el plan claro antes de empezar a moverte es la receta perfecta para acabar en aquello de la parálisis por análisis.

Otro punto clave en todo esto es analizar cuáles son los bloqueos para la acción. Estos pueden venir marcados por el contexto, pero en muchos casos serán propios: inseguridades y ansiedades con los que hay que contar para resolverlos y que no te pillen por sorpresa.