Presión social

¿Por qué nos cuestan tanto cosas sencillas como un cambio de look, no reírnos de un chiste, discrepar en una reunión, confrontar una injusticia o empezar un aplauso cuando el auditorio sigue en silencio? ¿Por qué una opinión ajena es capaz de hacer tambalear nuestras creencias más firmes? ¿Qué instinto nos convence de quedarnos quietecitxs cuando necesitamos salir de lo que se espera de nosotrxs?

Hoy toca hablar de la presión social, y de lo que nos toca sostener cuando queremos salir del camino marcado y hacer lo que necesitamos en lugar de lo que se supone que debemos hacer. Aunque la presión social no es un problema de conducta, es una variable que está directamente relacionada con cosas como:

  • Dificultades para reafirmarse frente a los demás y defender la posición propia.
  • Inseguridades relacionadas con no saber qué se quiere o con dudar constantemente del criterio propio.
  • Bajo estado de ánimo e insatisfacción por llevar una vida muy rígida alejada de reforzadores relevantes.
  • Estallidos de respuesta por una inhibición emocional prolongada: compulsiones, broncas…

Además, a otro nivel, nos va a ayudar a entender mejor procesos tan complejos como:

  • El gaslight y otras manipulaciones perversas.
  • La presión que ejercen sobre nosotrxs las redes sociales.
  • La transmisión de roles de género.
  • La imposición de prejuicios clasistas o racistas.
  • La supervivencia de tradiciones y del concepto de buena educación.

Definición operativa: qué son los caminos marcados

Los caminos marcados (paths of least resistance) son normas para armonizar el funcionamiento de un sistema. Se refieren a las conductas y roles que se marcan a las personas que integran un sistema para que éste se desarrolle con las menores incidencias posibles. Su función principal es la armonización, que todo permanezca como siempre, sin cambios ni estridencias.

Parece algo abstracto, pero los tenemos alrededor todo el rato:

  • Las actividades públicas se organizan por orden de llegada para que no sea aquello la ley de la selva. Por eso te chistan si te cuelas en el metro.
  • Los hombres y las mujeres son diferentes, y lo bueno es que esa diferencia se note. Por eso las tiendas de ropa tienen secciones de hombre y mujer claramente diferenciadas. Fuck my life.
  • Lo bueno es que no haya conflictos. Por eso si te molesta un chiste lo mejor es que te rías para que parezca que no ha pasado nada. Fuck my life (bis).
  • A los superiores no se les molesta, no vaya a ser que nos castiguen. Por eso apechugamos con errores que no hemos cometido para no dejar en evidencia a nuestro jefe. Fuck my life (bis) (bis).
  • Las mujeres son inseguras y se mueven peor en entornos no-domésticos. Por eso es mejor interrumpirlas cuando están explicando algo en un reunión para explicar exactamente lo mismo, pero con voz de hombre. Fuck my life over 9000.

Los caminos marcados son como el agua para los peces, están tan presentes en nuestra vida que ni los vemos. Eso los hace peligrosos y neurotizantes, porque confundimos una práctica social generalizada con una realidad inmutable. Vamos a ver sus características y formas principales para empezar a identificarlos y no incurrir en esa confusión.

Moralmente neutros

Los caminos marcados son imprescindibles en la organización de cualquier sistema social. Para regular las infinitas prácticas sociales en las que estamos inmersxs constantemente hacen falta reglas de funcionamiento. Eso no es ni bueno ni malo, eso es lo que hay. Por eso, la valoración de un camino marcado como bueno o malo ha de hacerse en relación al sistema al que sirven.

Pongamos por caso esperar el turno en una fila. Este path of least resistance es estupendo porque organiza de forma justa y eficaz una actividad pública que, de otra manera, se convertiría en la ley del más fuerte. Sin esta norma el mercado sería la jungla y, por tanto, es bueno que exista un acuerdo tácito para castigar socialmente a quien la incumpla. Contestar con buena cara una pregunta impertinente u ofensiva (”Uy, ¿has engordado?”) es otro ejemplo de camino marcado, pero este no es tan estupendo. Aguantar una ofensa para no incomodar a quien me agrede solo sirve para sostener una falsa armonía que se sostiene sobre el sometimiento de una de las partes.

Son normas implícitas.

La característica más importante de estas reglas de conducta es que son implícitas, no están formuladas explícitamente. Eso hace que sean muy difíciles de identificar y, sobre todo, de cuestionar. Parece que están ahí desde siempre y para siempre, por alguna buena razón que nadie sabe explicarnos bien. Eso genera la sensación de que lo natural es que las cosas funcionen así y de que rebelarnos es ir en contra de una ley que no acabamos de entender.

Sutileza.

Un control sutil significa que es difícil de identificar, no que sea light. Nadie te pone una pistola en el pecho para que las cumplas, ni vas a recibir una paliza si las incumples. Por eso parece que acatarlas o desobedecerlas es una decisión personal, pero aquí la libertad es solo aparente. La presión social a la que nos exponemos cada vez que trasgredimos una norma es invisible, pero real y puede llegar a ser muy potente.

Ambigüedad.

Otra característica desquiciante de estos paths of least resistance es su ambiguedad. En la mayoría de los casos es imposible saber qué se espera de nosotrxs. Incluso aunque estuviéramos dispuestxs a cumplir con todas estas reglas sin rechistar lo tendríamos complicadísimo para averiguar cuáles son, qué tenemos que hacer para “hacerlo bien”. Esto ocurre por varios motivos:

  • Son reglas que van cambiando en función de la situación.
  • Hay muchas discrepancias entre lo que decimos y lo que hacemos. Como cuando decimos que no queremos una educación sexista para nuestrxs niñxs y en los cumpleaños hay bien de muñecas para las niñas y de balones para los niños. Esto no es necesariamente hipocresía, es falta de conciencia sobre nuestra propia conducta.
  • El factor principal de confusión es que, en esto de la presión social, todxs somos víctimas y verdugos simultáneamente. Las mismas normas que nos violentan son las que integramos y perpetuamos sobre los demás cuando toca. Salirse de aquí requiere muuuuucha toma de conciencia y confrontar muchos demonios personales.

Ejemplos típicos

Es imposible controlar algo que no sabemos que existe, por eso el primer paso en la intervención sobre estos problemas es identificarlos. Necesitamos poner nombre a los procesos sutiles sobre los que queremos intervenir para que dejen de ser invisibles. Vamos con los ejemplos más típicos:

Señalamientos. Es la típica mierda de “hay que ver cómo te pones”. Objetivamente son descripciones neutras de una conducta, pero bien cargaditas de subtexto, son cero inocentes. Es como decir “me he dado cuenta” y su función principal es centrar la atención sobre esa respuesta y desviarla de lo que la ha provocado.

Cuestionamientos. Es un señalamiento + preguntita impertinente. Se pregunta alguna obviedad o sobre algún detalle neutro, pero con un mensaje implícito. Ejemplo típico: “¿Vas a ir así vestida a la comunión de tu sobrino?” Obviamente no es una pregunta, es una crítica velada. Pero como te quejes siempre te pueden decir aquello de “chica, solo era una pregunta”.

Advertencias. Aquí la pasivoagresividad ya no se puede aguantar y toma la forma de híbrido entre consejito, pulla y amenaza velada. Ejemplo típico: “Quién te va a aguantar con ese carácter”, o “luego te quejarás de que nadie te soporta” cuando por fin te atreves a marcar un límite. La tensión sube algunos grados, pero el mensaje se vuelve mucho más explícito y eso ayuda mogollón a identificar y reaccionar ante estas dinámicas.

Chantajes emocionales. Son comentarios que te ponen delante los puntos para que seas tú quien los una a través de la culpa. Ejemplo típico: “Si te vas tu padre se queda solo”. El mensaje real es “se queda solo por tu culpa, deberías quedarte a cuidarlo”. Ante la duda hay una prueba infalible para detectar chantajes emocionales: si el mensaje se puede rematar con un “tú sabrás”… ¡bingo!

Reforzar la sumisión, o dar cosas por sentado. Es un chantaje emocional disfrazado de príncipe azul. Es decir, una forma de control “en positivo”. En lugar de usar castigos, la manipulación consiste en incrementar las probabilidades de que ocurra algo. Ejemplo típico: “No sé qué haría sin ti” y el resto de mensajes románticos que refuerzan la sumisión y la dependencia como algo bonito y deseable.

Reproches. Es el culmen de todos los mensajes anteriores y a lo que te vas a enfrentar cada vez que te salgas del camino marcado. Los reproches son la forma más elemental de castigo social y se orientan a disminuir las probabilidades de que vuelvas a hacer algo parecido en un futuro. Además estos reproches tienen una intención aleccionadora así que suelen hacerse bien alto y en público, para que te avergüences más y para el resto tome nota. Ejemplos típicos: “que si cortarrollos, exageradx, que si no había mala intención” son el coro estándar.

Gaslight

La sutileza y al ambigüedad son el caldo de cultivo perfecto para las dudas sobre el criterio propio típicas del gaslighting. “¿Estaré exagerando?”, “igual estoy viendo ofensas donde no las hay”, “¿Con qué intención me lo ha dicho?” y todas esas mierdas que nos chalan.

Cuando hay una exposición sistemática a este tipo de presión social, es fácil empezar a dudar de la percepción propia. Para empezar porque parece que me lo estoy inventando. Que si siento presión es porque me la invento o saco las cosas de quicio. Además, como son normas implícitas, todo el mundo asume que lo natural es que las cosas funcionen así. Ese “todo el mundo” también incluye a unx mismx. Por eso muchas veces no nos permitimos ni siquiera pensarlo, todos nuestros esfuerzos se dirigen a amoldarnos a lo que (se supone que) tiene que ser. De ahí que no entendamos nuestras propias reacciones, por qué necesitamos salirnos de lo que se espera de nosotrxs o por qué nos duele tanto algún señalamiento.

Pero, por encima de todos estos factores, el que más inseguridades personales provoca es que se ponga el foco sobre tu reacción y no sobre las causas que te han llevado a reaccionar. Esto es desquiciante porque lanza un mensaje muy mal entendido: “el problema es tuyo”. Ese planteamiento ya sienta unas bases super erróneas de la gestión del conflicto que van en contra, precisamente, de la búsqueda de soluciones. Se centran solo en ver quién tiene razón y no en analizar qué ha pasado y qué necesitamos para solucionarlo y que estamos todxs bien. El objetivo en estos casos no es llevar razón, es que se hable del problema y de sus posibles soluciones, no de tu reacción.

Al final, en la práctica es mucho más fácil ceder a estas presiones que sostener la tensión de salirse del camino. A corto plazo es más fácil comerse una necesidad personal que aguantar esta presión social, pero a largo plazo esta estrategia es la receta perfecta para la amargura porque entrega nuestra vida a los demás. Hay que aguantar muchas mierdas antes salirse del camino y hacer lo que quieras con tu vida, y no siempre tenemos la fuerza ni la seguridad para sostener ese proceso.

Cómo se trabaja esto en terapia

La intervención general sobre este tema combina dos elementos: el manejo de inseguridades propias y habilidades de asertividad. En ese orden.

Inseguridades propias

Es normal que estas formas de presión social nos hagan mella, no hay que pretender lo contrario. Gran parte de nuestra identidad y criterio personal se construye en la relación con los demás. Por eso, los conflictos tienen ese potencial de desestabilizar nuestra opinión y visión del mundo. El objetivo no es ser inmunes a la presión social o que nos dé igual lo que nos digan los demás, es aprender a manejar las inseguridades que nos provocan de otra manera.

Cuando una inseguridad anida en tu pecho ya es tuya, da igual que venga de un comentario ladino, de una canción o de un anuncio de insta. Si te rasca, te toca ver por qué. Resolver o, por lo menos, aclarar la opinión propia es previo a afrontar el conflicto con la otra persona. Si no tengo claro cómo me siento, qué opino o qué necesito difícilmente voy a emitir mensajes rotundos. Si la presión social te genera dudas sobre ti o sobre tu conducta, lo primero es aclarar esas dudas.

El manejo de inseguridades es un tema aparte, así que de momento quédate solo con los siguientes puntos generales:

  • Identificar la duda concreta que te ha provocado el comentario ajeno. Al final las inseguridades son dudas sobre unx mismx y, hasta que no se hacen explícitas en forma de preguntas es imposible resolverlas. Por ejemplo: ¿he sido demasiado borde?
  • Discriminar tu posición y la ajena. Sin juzgarlas ni entrar a comentarlas, simplemente para entenderlas y ver en qué se basan. Esto ayuda mucho a concebir estos conflictos como el enfrentamiento de dos posturas y no como un juicio de verdades absolutas para ver quién lleva razón. Por ejemplo: “a él le jode que haya generado una situación desagradable con mi comentario, a mí me parece que esa situación desagradable ya existía porque yo estaba incómoda con sus chistes de mierda”.
  • Qué dudas genera en ti la opinión ajena. Aquí es donde empieza lo guay, el análisis de verdad. Por ejemplo: ¿debería haberme callado para que todo fuera más agradable? ¿Y qué pasa entonces con lo que me molesta a mí? Al margen de su opinión ¿me hubiera gustado decir las cosas de forma diferente? ¿En qué sentido exactamente? Y así hasta el infinito, o hasta que te quedes tranqui.

No hay que huir de las inseguridades, bien manejadas son un poderoso motor de aprendizaje y sirven para desarrollar un criterio propio sobre cómo quiero hacer las cosas.

Asertividad

No todo en la vida es aprender, hay momentos en los que toca defenderse. Y para eso la herramienta principal es la comunicación. Sobre asertividad podríamos escribir 700 tratados, en lo concerniente al tema de hoy, los objetivos más importantes son:

  • Poner el foco sobre el conflicto y deslocalizarlo de tu reacción.
  • Hacer explícita la forma de presión social ante la que estás reaccionando. No solo el comentario que ha disparado el conflicto, también el mensaje subyacente o cómo tú lo has interpretado. Si había una doble intención quedará patente, y si no la había y tu interpretación era incorrecta, das la oportunidad de hablarlo y resolverlo. En cualquier caso este primer paso es imprescindible. Recuerda que las formas sutiles de presión social son tan neurotizantes porque parece que no existen.
  • Tener claro por qué haces lo que haces. La autonomía personal muchas veces entra en conflicto con las posiciones de los otros y eso jode. En esos momentos ayuda mucho tener claro por qué no quieres callarte.